El ser responsables de nuestras emociones
Poca gente es consciente del poder que tiene sobre sus propias emociones. Nos han enseñado a creer que nuestras emociones son causadas por personas o por eventos externos. Por eso decimos “Él me hizo enojar”, “Me desesperé porque había mucho tráfico”, “Me deprimí porque el novio no me habló”, etc.
La realidad es que, si somos conscientes, tenemos el poder de decidir cómo reaccionar ante lo que hacen los demás y ante lo que sucede a nuestro alrededor. Mucho va a depender de cómo interpretamos esas situaciones y que tan “atorados” nos quedamos dando vuelta en la cabeza a lo que pasó. En el enojo se ve muy claro, pasa algo que “nos hace enojar” y duramos un buen rato (si no es que día) repitiendo la escena en nuestra cabeza y pensando lo que debimos de haber dicho o hecho, lo que él otro debió de haber dicho o debió de haber hecho, lo que necesito hacer para “castigar” al otro o para que aprenda a no hacer lo mismo de nuevo. Toda esta actividad mental mantiene e incrementa el enojo.
Es verdad que los eventos externos representan un estímulo y, a veces un reto, pero el creer que no tenemos poder de determinar como reaccionar nos deja con una sensación de impotencia y vulnerabilidad. Desde esta visión estamos a merced del otro: mi tranquilidad depende de que el otro no me haga enojar, de que no haya tráfico o contratiempos en mi camino al trabajo, de que todos me traten bien, etc. Es esta perspectiva la que nos lleva a querer cambiar al otro.
Por el contrario, cuando descubrimos que somos responsables por nuestras emociones, reivindicamos nuestra libertad emocional y aprendemos a ser más tolerantes con los otros.